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Ilusos y oportunistas: las dos caras del fracaso

Por Héctor Daniel Massuh    para LA NACION

ABRIL  28 DE 1989

La Unión Industrial Argentina ha presentado, hace pocos días, una lista única de candidatos para la elección de autoridades por el período 1989-1991.

Esta lista única representó un esfuerzo realizado por los dos movimientos de la UIA, los que, sin renunciar a sus naturales identidades, depusieron legítimas diferencias  para enfrentar, en forma conjunta y solidaria, los problemas que afectan a la tambaleante economía argentina y contribuir al resurgimiento de la Nación.

Fundamentalmente fue un genuino intento por combinar sensatamente la inflexibilidad de los principios con las impostergables urgencias de la realidad. La necesidad de conjugar razonablemente las actitudes principistas con las pragmáticas constituyó la esencia del discurso que pronuncié en esa oportunidad.

En estas líneas procuraré profundizar esta cuestión.

Ilusos

HAY MOMENTOS en que los que comprometerse con objetivos  excesivamente ambiciosos o con ensoñaciones deslumbrantes constituyen una forma sutil de no comprometerse con la realidad. Más exactamente, es una manera ingeniosa de huir de ella.

En no pocos casos los vehementes devotos de proyectos ideales y metas perfectas se transforman en simples diletantes defensores de causas lejanas y de  imposible concreción.

Es frecuente que,  en la búsqueda desesperada de estos imposibles, transformen la virtud de la obstinación en meros caprichos adolescentes. Generalmente invocan objetivos irreprochables pero que no están hechos a la medida del hombre ni delas circunstancias. De allí la incorregible tendencia de los ilusos a  la grandilocuencia estéril.

Hay funcionarios públicos y hombres políticos que consideran culminada una eficaz gestión de gobierno o una óptima labor legislativa simplemente  con la pronunciación de una sucesión ininterrumpida de discursos en donde las referencias al crecimiento y la modernidad constituyen sólo un recurso retórico.

Ellos no comprenden que el progreso económico no se declama: se hace. Y que fundamentalmente es algo más que amontonar palabras o coleccionar iniciativas alucinantes.

Nuestro país ha asistido a verdaderos maratones verbales, a infinitas explicaciones de por qué no ocurrió  lo que ampulosamente se anunció que iba a  ocurrir y lo que ocurrirá de extraordinario en un futuro distante y siempre inalcanzable. Este ruidoso velo verbal nos envuelve, nos paraliza y nos impide ver con claridad los fecundos resultados dela acción concreta.

La falta de percepción clara de la realidad o la terquedad en negarla, aferrándose a rígidas idealizaciones, impiden modificar  el rumbo de una conducción con rapidez y determinación, lo que explica, sin duda, gran parte de los más notorios fracasos que ha experimentado la Argentina en las últimas décadas.

Los hombres e acción, a diferencia de los infatigables charlistas, están  convencidos de que el progreso económico es una multiplicación de bienes y no una multiplicación de palabras.

Oportunistas

Por el contrario,  hay otros momentos en los que comprometerse con la realidad hasta la exageración conduce al desprecio de principios y valores esenciales a los que cualquier integrante del  cuerpo social debe someterse.

Estos pragmáticos adulterados, que no dudan ante nada,  corren un riesgo mayor: el de transformarse en meros oportunistas adoradores del hecho consumado.

Más aún, no es infrecuente que caigan en el cinismo y la falta de escrúpulos, admitiendo como válida cualquier metodología, por aberrante que esta sea.

La corrupción administrativa, el silencio complaciente y la indiferencia social constituyen su manifestación  más visible en la vida cotidiana. La consecuencia cruel de su acción es la generalización de un sentimiento de descreimiento y frustración que culminará en conductas antisociales como la del sálvese quien pueda y como pueda.

El desafío

Ilusos y oportunistas tienen algo en común : su esterilidad. Ambos son incapaces de construir un país orgulloso, próspero y moderno.

La mayoría de los argentinos estamos lejos de estas actitudes extremas. Pero no por eso dejamos de ser víctimas involuntarias de su  influencia paralizante.

A diferencia de los ilusos,  debemos asumir la realidad dura  y difícil. A diferencia de los oportunistas, no debemos jamás  renunciar a nuestra obligación de  cambiarla. Resistir con determinación al asedio de la incertidumbre, el azar o el desaliento. Creer en el trabajo duro y silencioso. Afrontar con disciplina y método, pero también con pasión, nuestras tareas.

Debemos  estudiar profundamente los temas que vengan a nuestras manos. Tendremos una gran ventaja: como nuestras decisiones serán  racionales y no el producto de repentinas intuiciones providenciales, nuestros entusiasmos no serán tan efímeros y nuestras derrotas no serán tan agobiantes.

Tenemos que librar la gran batalla por la resurrección argentina,  para abrir expectativas reales y no ilusorias de progreso, multiplicar fuentes dignas de trabajo, abrir nuevos mercados, aceptar el desafío exterior y lograr un espacio a nuestro espíritu de innovación y conquista.

Y esta batalla merece ser dada por todos. Pero en especial por aquellos que, a pesar de ver la realidad  tal cual es, con sus miserias cotidianas y con sus infinitos obstáculos, no han perdido aún la esperanza.

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