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8ª CONFERENCIA INDUSTRIAL ARGENTINA

El Protagonismo de la Industria en la Reconstrucción Social

 

Parque Norte – Buenos Aires
(4 y 5 de diciembre de 2002)

 

UNIÓN INDUSTRIAL ARGENTINA – UIA

 

Discurso  de Apertura de su Presidente, Lic. Héctor Daniel Massuh

 

Señor Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, doctor Aníbal Ibarra; ingeniero Guillermo Gotelli, Presidente de esta Conferencia, Funcionarios del Gobierno Nacional y de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, señores Legisladores, señores Presidentes de Entidades Empresarias, señores participantes de este segundo encuentro.

 

Nos estamos acercando al fin de un año particularmente difícil en la historia de la Nación y es oportuno reflexionar sobre lo sucedido.

 

El año se inició luego de un proceso caracterizado por una profunda depresión económica, cesación internacional de pagos, huida de capitales, restricciones a las operaciones financieras, niveles inéditos de desocupación y subocupación, y un dramático aumento de la pobreza y la marginación.

 

Las empresas soportaron fuertes caídas de sus ventas, quebrantos en sus operaciones y dificultades extremas de financiamiento.

 

Se fueron generando, año tras año y durante un largo período, gigantescos pasivos en moneda extranjera producto de tasas de interés que eran tres o cuatro veces superiores a las internacionales.

 

De esta manera se incubó una situación explosiva, porque esta burbuja de endeudamiento en moneda extranjera ya no guardaba relación alguna con los ingresos de las empresas afectando seriamente el patrimonio del aparato productivo y, consecuentemente, la solvencia del sistema financiero. La pérdida del crédito internacional y la fuga de depósitos de los bancos se hicieron inevitable.

 

Todo ello precipitó la salida de la Convertibilidad, durante cuya vigencia las empresas y las familias habían acumulado deudas totalmente desproporcionadas en relación con su actividad, con el valor real de los activos y, en general, con las restantes variables de la economía.

 

Por lo tanto, determinadas decisiones de emergencia que, reiteramos, debieron tomarse en el contexto de la más grave crisis de los últimos cien años, tuvieron por finalidad intentar restablecer equilibrios básicos en el sistema económico.

 

Pero permítanme hacer ahora una reflexión sobre la idea, a mi juicio equivocada, de que los argentinos pensamos en dólares, y estamos obsesionados por atesorar sólo en esa moneda.

 

En mi opinión, el mito se derrumba ante la sola comprobación de lo enunciado recientemente por el ministro de Economía, Roberto Lavagna: “Desde mediados de los años ’70 –señaló- hubo 17 años, sobre 27, de modelos con atraso cambiario; y no menos de 5 años de emergencias para salir de la crisis que esos modelos creaban”.

 

¿Cómo, en esas condiciones, la gente no va a querer comprar un bien barato y protegerse de la crisis cambiaria que sabe que sobrevendrá inexorablemente?

 

Sin duda con un tipo de cambio alto que aliente las inversiones genuinas  se recreará la Argentina productiva y la gente demandará pesos y no dólares.

 

Esta larga historia de retraso cambiario ha dado lugar a un clásico: el de la Argentina financiera e importadora.

 

La Argentina que ingresaba créditos en dólares para aprovechar el diferencial entre la tasa doméstica y la internacional y los utilizaba para consumir bienes importados y financiar la fuga de capitales.

 

Y esa ficción cambiaria generó un bienestar efímero, una apariencia de prosperidad en algunos sectores, sustentada en un gigantesco endeudamiento externo.

 

Esa deformación fue la causa histórica de las recurrentes crisis cambiarias y de las megadevaluaciones. Y también la causa principal de la ruina de numerosas industrias, de la destrucción de las economías regionales y, por tanto, del crecimiento asombroso de la pobreza y la miseria.

 

La escasa rentabilidad que derivaba del mismo retraso cambiario impidió que se realizaran inversiones significativas en las industrias de bienes transables, y consecuentemente no se pudieran pagar con divisas de exportaciones el incremento de la deuda externa.

 

Hay que decir de una vez, y con todas las letras: El retraso cambiario ha sido un cáncer para la Nación.

 

La verdadera prosperidad no se construye con maquillajes cambiarios. Se construye con trabajo e inversión productiva.

 

Señores:

 

Se ha recuperado el nivel de actividad de muchos sectores industriales; algunos mejoraron los niveles de rentabilidad y existen horizontes más previsibles de producción.

 

Comenzó la recomposición del sistema financiero que se manifiesta en un crecimiento de los depósitos del sector privado acompañado de una sustancial caída de las tasas de interés que paga el Estado y los bancos en su captación de fondos.

 

Una saludable tendencia se está insinuando: La Banca Nacional y fundamentalmente la Regional están recobrando participación en el total del sistema financiero. Consecuencia de esta estabilidad financiera es que se ha podido liberar el corralito transaccional más rápido de lo previsto.

 

Hace varios meses que tenemos estabilidad cambiaria y de precios habiéndose logrado que la devaluación haya sido competitiva en términos reales.

 

Durante el último año se ha logrado un importante superávit comercial, en torno a los 16 mil millones de dólares.

 

Se bajó el gasto público consolidado en más de 7 puntos del PBI y luego de muchos años hemos recuperado el superávit fiscal primario.

 

Evidentemente, se trata de un balance con algunos indicadores positivos que permiten albergar cierta esperanza.

 

Pero no alcanza para evitar las gravísimas consecuencias de la indigencia, que conmueven por estos días a la opinión pública nacional e internacional.

Al respecto, es bueno recordar un documento que, ya en mayo de 2001, emitió la Unión industrial con el título de “Refundar la Nación”.

 

“Poner fin al hambre en la Argentina es una responsabilidad de todos. ¿Cómo puede haber hambre y falta de trabajo en una tierra de abundancia como la nuestra?”, nos preguntábamos hace más de un año y medio.

 

Y afirmábamos que el interrogante debía responderse con hechos reparatorios y no apelando sólo a argumentos técnicos o valiéndose de planteos economicistas.

 

Decíamos, “Nuestro país puede y debe luchar por la eliminación gradual de la pobreza, pero no puede aceptar que haya hambre entre su gente, que cunda la desocupación como un hecho sin remedio, que se condene a la marginalidad a incontables familias privadas de dignidad”.

La perspectiva de una Argentina hambrienta –advertíamos—“es inaceptable”.

 

Señores:

 

Todos estos años nos obligan a reflexionar si no habrá llegado la hora de evitar encandilarse con teorías económicas extravagantes, con economistas  salvadores o con políticos providenciales; y poner nuestra fe, toda nuestra fe, en proyectos fundacionales que entusiasmen y despierten la épica de las epopeyas nacionales.

 

No habrá que dejar de pensar en pequeño y encarar grandes proyectos en la minería, en la agroindustria, la energía,  la forestación,  el turismo y en una política de transporte que integre toda la Nación?

 

¿No será el momento de poner de una vez en movimiento equipos y fábricas paradas o subutilizadas?

 

¿Por qué no pensar en aliviar zonas congestionadas de los sectores urbanos trasladando mano de obra desocupada o subocupada hacia esos grandes proyectos que pongan en marcha nuevamente al país?

 

Ante una situación similar el Presidente Roosevelt lanzó el proyecto de recuperación de tierras en el Valle del Tennesse, el que contribuyó en forma determinante para que Estados Unidos saliera de la Gran Depresión de los años treinta.

 

Ese proyecto, y su concreción, permitió favorecer  el potencial productivo de un extenso territorio y reactivar toda la economía por los recursos que movilizó.

 

Es que la recuperación de tierras implicaba grandes obras de infraestructura, diques y lagos reguladores de las lluvias, construcción de viviendas y caminos, implantación de bosques, desarrollo del transporte y obras para evitar las inundaciones.

 

¿Por qué no proponerse aquí, entonces, la recuperación de 6 millones de hectáreas de tierras de la pampa húmeda y preservar a los centros urbanos azotados por las inundaciones?

 

¿Por qué no impulsar, así, el aumento espectacular de la producción agraria y ganadera, elevar sustancialmente nuestra capacidad exportadora de cereales y productos alimenticios y movilizar vastos sectores de nuestra industria?

 

La conclusión es simple: hay que reconstruir lo que fue una gran nación. Y el desafío requiere enamorarse de proyectos transformadores que movilicen grandes recursos humanos y de capital que en la actualidad, en muchos casos, están absolutamente disponibles y pueden ser utilizados inmediatamente.

 

Señores:

 

También parece haber llegado la hora de los consensos para resolver cuestiones prácticas que nos afectan a todos.

 

¿Cómo no va a dialogar la Unión Industrial con el sector financiero, si se trata de resolver los problemas de crédito de las empresas?

 

¿Cómo no se van a reunir, alrededor de una mesa, la construcción, el agro y la industria, a discutir grandes proyectos, como la recuperación de millones de hectáreas inundables de la pampa húmeda, de las tierras más feraces del planeta?

 

¿Cómo no van a dialogar los empresarios y los sindicalistas si se trata de discutir condiciones más modernas y más justas en las relaciones laborales?

 

No se trata de elaborar en conjunto una política económica, sino de privilegiar una actitud de convivencia para la prosperidad.

 

Colegas industriales:

 

La situación nos exige reflexión, sacrificio y, sobre todo, grandeza de objetivos.

 

Es una obligación que tenemos frente a los muchos que han caído como consecuencia de la más grave depresión que se haya  conocido.  Este penoso proceso de retroceso de más de 25 años que sobrellevó la industria de nuestro país ha cobrado innumerables víctimas.

 

Muchas de ellas jamás comprendieron que su fracaso no era producto de una gestión incompetente, sino una consecuencia de políticas económicas perversas que hundieron a la Nación.

 

Ciertamente, muchos otros resistieron en base a coraje y obstinación.

 

Y ante la contemplación irónica de ciertos economistas y la lamentable indiferencia de no pocos políticos y funcionarios públicos, sobrevivieron al huracán devastador del atraso cambiario, las altas tasas de interés y la apertura ingenua de la economía.

 

Es en estos hombres que atravesaron casi todas las batallas, en donde la Nación debe encontrar hoy su más formidable potencial de recuperación económica.

 

A todos ellos, a unos y a otros, a los que cayeron y a los sobrevivientes, la Unión Industrial Argentina les rinde hoy su homenaje.

 

Muchas gracias

 

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