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Capitalismo o “financierismo”

En declaraciones televisivas, un conocido economista -que representa el pensamiento de muchos otros- aseguró que la raíz de los problemas argentinos está en nuestra falta de identificación con el sistema capitalista. Se trataría de una tendencia secular a no respetar los contratos, incumplir las leyes y recurrentemente aumentar la participación del Estado en la economía. Esa inclinación sería producto de la falta de compromiso del gobierno, de la clase política y de la población en general por el sistema capitalista. Parecería -en opinión de este economista- que nos resistiéramos a adoptar en plenitud un sistema que ha posibilitado el progreso de la economía mundial y nos privaramos irresponsablemente de sus beneficios en términos de crecimiento, bienestar y prosperidad.

Creo que esta concepción parte de la confusión existente entre capitalismo y, permítaseme el neologismo, “financierismo”. El emergente del capitalismo es el empresario que asume riesgos. Por el contrario, el del financierismo es el rentista. ¿Qué otra cosa que “rentismo” es la búsqueda de ganancia sin riesgo en la fijación de tarifas ajustadas por la inflación americana y, además, con seguro de cambio con costo cero implícito en la convertibilidad? ¿O los préstamos a provincias a tasas que cuadruplicaban las vigentes en el mundo, con garantía de coparticipación federal de impuestos y además con seguro de cambio?

Los teóricos del financierismo consideran que es legítimo, a pesar del empobrecimiento general, mantener esta situación de flujo de fondos asegurados y exorbitantes en moneda dura, garantizados en la ficción de leyes incumplibles, que son aquéllas que nacen impregnadas de su propia destrucción. Así sucedió con la convertibilidad que eternizaba el uno a uno, y el sistema bimonetario que permitía depositar en pesos que luego se denominaban dólares y con efecto multiplicador se volvían a prestar en dólares que, en realidad, no existían. En ambos casos el fatal incumplimiento de la norma estaba implícito en el momento mismo de su sanción.

No es, entonces, que los argentinos no creamos en el capitalismo. Lo que aborrecemos es el financierismo y su emergente, el rentista. Por el contrario, el emergente del capitalismo es el empresario que arriesga y abraza el espíritu de crecimiento económico. Sin éste, los empresarios pierden rápidamente su entusiasmo por trabajar, innovar, crear empresas y producir más y mejores productos. El financierismo los transforma en rentistas achanchados, siempre asustados por el riesgo de nuevos emprendimientos en donde nada está definitivamente asegurado, convencidos de que el movimiento de papeles puede generar indefinidamente riquezas. Este es el daño que han hecho al capitalismo los que lo reducen a un mero escenario multiplicador de rentas y no como un sistema de generación genuina de riqueza a partir de la inversión de riesgo.

El financierismo generó en este marco, a lo largo de décadas, gigantescas transferencias de ingresos sin justificación ni legitimidad alguna, cuyas consecuencias salen del campo de la economía para ingresar en el de la ética. Fue al compás de esta verdadera negación del capitalismo -en la que se gravaron las actividades productivas y no las inversiones financieras- que se olvidó o se degradó la función primordial de extraer y producir riqueza, dar trabajo y distribuir equitativamente los ingresos para favorecer el consumo, que es el motor de la economía, de la inversión y de la acumulación del capital.

Ya el 5 de diciembre de 1986, hace 17 años, en un artículo en este mismo diario, señalé el pernicioso fenómeno de la participación masiva de la sociedad en la especulación financiera. Por entonces, gran cantidad de economistas contribuyeron a formar a la opinión pública en esa tendencia perversa, impulsada por funcionarios del área económica que representaban o estaban influidos por sectores financieros. Muchos de ellos, en los 90, adscribieron a un modelo fundado en el endeudamiento externo, la destrucción de la industria, la desocupación, la marginación social. Ese período fue la mayor negación del capitalismo. Porque no es capitalismo el reparto corrupto de feudos de renta asegurada. No lo es la privatización sin regulación o el castigo constante a la producción, mediante políticas impositivas abusivas, retrasos cambiarios, tasas de interés usurarias y una deserción absoluta del Estado de su rol de impulsor de la democracia económica. Fueron los mismos, reciclados, que alguna vez llamé “los economistas del subconsumo” (LA NACION, octubre de 1990), dueños y mentores de los recurrentes planes de ajuste y lobbistas que monopolizan la tecnología de la influencia y la manipulación mediática desde hace más de 25 años.

El desafío del capitalismo argentino del presente, y de los años por venir, será pues recuperar la modesta convicción de nuestros abuelos inmigrantes que supieron hacer casi de la nada una gran Nación. Ellos creían profundamente -sin acceso a definiciones teóricas- en el capitalismo como sistema económico posible, donde el bienestar individual y colectivo es la consecuencia directa del trabajo y el esfuerzo de todos los días.

Es necesario crear una nueva cultura de la producción que entregue a la sociedad lo mejor que ella pueda darle. Y comprender que el futuro no representa, para los “financieristas”, más que la oportunidad para hacer nuevas diferencias y, a la espera de cambios que favorezcan sus apuestas, son portavoces naturales del rumor intencionado, de los pronósticos agoreros y las frases tremendistas y desestabilizadoras. No los escuchemos. De nosotros depende que el capitalismo en la Argentina tenga larga y fructífera vida, para felicidad de su pueblo. Y termino, porque creo en su vigor, con el mismo párrafo con el que culminaba el artículo citado de 1986: “Para Alberdi, gobernar fue poblar la inmensa llanura inhabitada. Para Sarmiento, gobernar fue educar al ciudadano. Para nuestra generación, gobernar será producir”.

VIERNES 23 DE ENERO DE 2004

El autor es vicepresidente segundo de la Unión Industrial Argentina.

Ver en LA NACION

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